La
democracia española no es perfecta. Ninguna lo es, en realidad, pero la nuestra
adolece de un grave defecto. Tal defecto no es –aunque sea real- la deficiente
separación de poderes (en ningún país es completa, sobre todo entre el
legislativo y el ejecutivo), sino la partitocracia que impregna, o tiende a
impregnar todas y cada una de las estructuras del Estado, desde el Gobierno de
la nación hasta el más pequeño y recóndito de los municipios. Y afecta a todos
los partidos, tanto los antiguos como los nuevos, los de izquierdas y los de
derechas, los constitucionalistas y los secesionistas.
Por eso,
cuando el Partido Popular y el Socialista se reparten la renovación de los miembros del Tribunal Constitucional, si el Partido Nacionalista Vasco les dice
que se coman con patatas el alto tribunal, no es porque tenga un concepto más
puro y elevado de la institución, sino lisa y llanamente porque no se le ha
invitado a participar en el reparto.
Quizá
otro día desarrolle la idea algo más en profundidad, pero creo el problema del
Tribunal Constitucional –por alguno hay que empezar- se solucionaría siguiendo
el ejemplo de Estados Unidos y haciendo vitalicios a sus miembros. Por ejemplo.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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