Cuando
empecé el libro pensé un Stephen King de
ciento cincuenta páginas… esto no me dura más de dos días. Y acerté, porque
me ha durado de la mañana de un día a la noche del siguiente.
Esta novelita podría encuadrarse dentro de lo que cabría denominar como narraciones realistas del autor de Maine, ya que no
aparecen elementos sobrenaturales o fantásticos por ninguna parte. De hecho,
los elementos costumbristas que salpicaban las obras de King escritas a
principios de los ochenta –esas que transcurrían en Maine, de modo que los
personajes acababan cruzándose unos con otros- cobran aquí una fuerza especial,
al no ser distorsionados por aspectos inverosímiles.
Si
algo hay que reprochar al autor es que nos deja exactamente igual que a los
personajes de la novela: sin saber por qué narices el muerto viajó de Colorado
a Maine, ni por qué tenía una moneda rusa en el bolsillo. De modo que casi
podría considerarse que el muerto es el mcguffin de la obra.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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