Probablemente
España no sea mucho más corrupta que (como suele decirse) otros países de nuestro entorno. Recordemos que a Italia se la
llamó Tangentópolis, y que todo un
jefe del Estado en Francia se vio implicado en el caso de unos diamantes
entregados por el autócrata del (por entonces) Imperio Centroafricano (el caso
de Chirac creo que es diferente, pues aunque se ha visto pringado me parece que
se refiere a su etapa como casi sempiterno alcalde de París).
Dicho
lo cual, si hay dos regiones en España en el que la corrupción está enquistada
a nivel de la administración autonómica, esas dos regiones son Andalucía y
Cataluña. Y lo son porque, desde el infausto día en el que se dio el
pistoletazo de salida al sistema de las autonomías, en ambas regiones se ha mantenido
invariable la ideología imperante: la socialista al Sur de Despeñaperros, la
nacionalista al Este de Aragón. Bien es cierto que en este último caso durante
ocho años no fue un partido abiertamente nacionalista el que estuvo al frente
del gobierno regional, pero no es menos cierto que los que lo sustituyeron se
habían mimetizado ideológicamente tan a la perfección que fue peor el remedio
que la enfermedad.
Así
las cosas, en la región en la que se denunció en sede parlamentaria la
corrupción institucional –y no pasó nada- algunos ya se atreven a acusar
directamente a políticos en ejercicio (aunque inhabilitados). Eso sí, el acusado reacciona como de costumbre y echa la culpa a los poderes del Estado. Y cuando se le exigen explicaciones en sede
parlamentaria, dice que todo es mentira y que mantiene su confianza en su
extesorero.
Pues
si non é vero... que lo es, según todos los indicios…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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