Es
lo que pensé cuando vi la foto de estos dos individuos. Claro, que la verdad es
que cualquier cosa distinta me habría sorprendido bastante.
Tomemos
al jefe de Estado. Sin apenas estudios, de profesión conductor de autobús (y
que me perdonen los conductores de autobús, gremio por el que siento un mayor
respeto, profesionales con una visión espacial fuera de lo común que son
capaces de hacer maniobras complicadísimas con vehículos enormes), se vio
catapultado a la primera magistratura del país tras el fallecimiento de su
predecesor. Quiero con esto decir que quizá su altura intelectual no le dé para
procesar las más elementales nociones de protocolo y urbanidad. Por otra parte,
la prenda superior parece ser un chándal o equivalente, por lo que llevaría el
uniforme oficioso del socialismo del
siglo XXI.
Luego
está el otro, el antiguo jefe del ejecutivo. Un hombre de alcances limitados,
pero capaz de una proeza difícilmente superable: cruzando una calle (de Nueva
York, creo), conseguía ir con un puño de la camisa completamente por fuera de
la chaqueta, y el otro completamente por dentro. Si a esto le añadimos que en
una foto con el presidente de Estados Unidos tanto él como su familia (su
esposa con aspecto de que le picaba algo por ahí abajo, sus hijas con atuendos góticos y ademán encorvado) tenían un aspecto francamente
mejorable, a nadie debe de extrañarle que aparezca sin corbata, pantalones
arrugados (y demasiado largos, diría yo) y calzado deportivo.
En
cuanto a las respectivas posturas –uno, sentado de lado; el otro, con las
piernas cruzadas-, casi mejor no decir nada…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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