miércoles, 26 de agosto de 2015

Un mundo sin fin

Los pilares de la tierra no es un mal libro. No es el culmen de la literatura británica finisecular, pero está escrito de modo que atrapa al lector y se deja leer, no haciéndose pesado aunque tenga mil páginas (además, me permitió conocer el periodo de la anarquía inglesa, que tenía bastante olvidado). Un mundo sin fin es peor, limitándose a repetir lo contado en la obra precedente, sólo que duplicado: doble de asesinatos, de violaciones, de clérigos malvados, de conflictos fraternales…
Las series de televisión siguen esta tónica: la de la primera obra –ya lo comenté en su día- sigue razonablemente el libro, aunque cargando las tintas en los aspectos más anticlericales de la historia; la de la segunda –que acabo de terminar de ver- corre pareja a su fuente literaria.
Es decir, que es peor que la primera. Los personajes son casi de caricatura, con Godwyn y Petronila dejando un reguero de cadáveres a su paso que ya quisiera para sí Jack el destripador. Y el tiempo pasa, pero no para los personajes, cuyo aspecto no varía en lo más mínimo en la década larga que se supone que dura la historia. Eso, por no hablar de las licencias históricas (lo de Eduardo II es casi lo menos grave), con sucesos, hechos y personajes históricos (el más significativo, el Príncipe Negro) borrados de un plumazo, y otros alterados convenientemente (por si la Peste Negra no se hubiera propagado con suficiente rapidez, los guionistas adelantaron su llegada a Inglaterra unos cuantos años). A todo ello hay que unir las manías del productor (quizá Ridley Scott no haya metido la zarpa, pero da toda la impresión de que sí lo ha hecho), con el ya mencionado anticlericalismo (lo de relaciones homosexuales entre monjes y monjas es de traca) y su puñetera manía de introducir puntos de vista modernos en sucesos históricos, lo que produce un anacronismo de lo más molesto.
Como en la primera serie, se da a las luchas en la corte una importancia mucho mayor que la que tienen en la novela correspondiente. Además, la trama arquitectónica prácticamente desaparece, ya que prácticamente lo único que se construye es un puente que, para más inri, ni siquiera es llevado a cabo por el protagonista principal.
En resumen, es una cosa tan mala como El reino de los cielos. Que ya es decir…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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