sábado, 25 de junio de 2016

Dando por culo

Nunca me han gustado las festividades del orgullo gay (aunque vista la proliferación de identidades sexuales, emplear un único término para englobarlas a todas se me antoja excesivamente reduccionista). En primer lugar, por excluyentes (como decía cuando era más joven, ¿y qué pasa con el día del orgullo hetero?), pero, sobre todo, por su chabacanería, mal gusto y ánimo de ofender, sobre todo a los católicos (porque nunca he visto a ninguna loca disfrazada de clérigo musulmán de esos que se dedica a ahorcar sodomitas).
Podría argumentarse que, ya que los (anteriores) ayuntamientos financiaban, siquiera parcialmente, actividades como las procesiones que no necesariamente han de ser compartidas por todos los ciudadanos, era coherente que también contribuyeran a esa exhibición de zafiedad y mal gusto por parte de una exigua minoría (como suelo decir, si la homosexualidad fuera la regla, Malthus se habría quedado sin sus quince minutos de fama).
Pero es que los consistorios neocom han hecho bandera de no apoyar aquello que sólo afecta a una parte de sus gobernados –esa parte a la que procuran ofender de todas las maneras imaginables, e incluso de alguna inimaginable-, por lo que si no acuden a las procesiones, las ofrendas religiosas y demás, y disminuyen las aportaciones públicas a tales actos colectivos, tampoco deberían financiar con el dinero de todos una mamarrachada minoritaria y chabacana.
Al principio pensé que doña Rojelia iba a ejercer semejante grado de coherencia al haber multado por exceso de ruido un acto en el que, para remate, ella misma participó. Pero mi gozo acabó en un pozo, porque a las veinticuatro horas anunció que se daría una consideración especial al Orgullo (¿orgullo de qué?) para evitar multas por ruido.
Y sí, lo sé, el título es de mal gusto, pero es que no he podido resistirme a la tentación de hacer un chiste fácil.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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