domingo, 30 de octubre de 2016

El Congreso de las disputas

Casualidades de la vida, el azar ha determinado que esta entrada salga al aire justo el día siguiente al de la cuarta (segunda de la segunda tanda) votación de investidura de Mariano Rajoy, en la que, gracias a la abstención del grueso del grupo socialista, el gallego finalmente ha resultado reelegido.
Durante todos estos días, los debates en el PSOE versaban sobre si habría que optar por una abstención técnica (es decir, que se abstuvieran los once imprescindibles y ni uno más) o por una abstención en bloque (siguiendo, por tanto, la disciplina de voto). Finalmente, esta segunda opción ha sido la seguida… mayoritariamente, porque –o tempora, o mores- el otrora monolítico bloque socialista –del aborto al sedicente estatuto sedicioso- se ha resquebrajado o, por decirlo de otra manera, ha dejado al descubierto las grietas que lo recorren.
El problema, en el fondo, viene de la partitocracia que permea el sistema parlamentario español desde la transición. Al realizarse las elecciones al Congreso (y a las asambleas legislativas autonómicas, y a los ayuntamientos) a través de listas cerradas y bloqueadas, los diputados saben que, si quieren seguir calentando con sus posaderas el escaño que ocupan, deben votar en el sentido que indique el jefe de filas. Si no lo hacen, ya pueden irse despidiendo de esa bicoca… en las siguientes elecciones. Porque esa es otra: al diputado le designa el partido, pero una vez lo elige el pueblo, del asiento no lo despega nadie ni con agua caliente, si él decide no moverse. Se da así la curiosa circunstancia (curiosa si no se conocen los condicionantes antedichos) de que el grupo mixto puede, durante la legislatura, ir engordando y engordando como un débil de voluntad en época navideña.
En cualquier caso, parece que se avecinan tiempos interesantes. Y, sin duda, el rufián y Rufián volverán a ser dialécticamente vapuleados como las antítesis de Demóstenes que son.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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