La existencia de medios de comunicación de titularidad pública no tendría sentido más allá de proporcionar contenidos de interés social e información imparcial. Ya sabemos que lo segundo es imposible, al menos en España, y lo primero hay veces que casi mejor no saber qué demonios es lo que interesa a la sociedad.
Claro, que hay cosas que se salen de lo
admisible, por mucho que le interese a mucha gente. Es el caso de ese exponente
de la telebasura más chabacana y soez denominado la familia de la tele,
que compraron a precio de oro (nunca la mierda fue tan cara) en un intento de
elevar las audiencias y que ha acabado teniendo que ser cancelada (desmintiendo
así el conocido aserto de que la mierda flota… ya dejo la escatología).
Sólo que los integrantes de semejante detrito
audiovisual carecen del más mínimo sentido del decoro, y así se despidieron
diciendo que iban a cobrar el paro, pero con nuestros impuestos. Luego, se
extrañarán si alguien les llama de todo menos bonitos.
Por no hablar de si algún exaltado les suelta un par de soplamocos.