Sé
que me repito más que el ajo, pero es que las cosas son como son. Hace un
tercio de siglo, el hermano de Mienmano
afirmaba que los socialistas podrían meter
la pata, pero jamás la mano… y luego pasó lo que pasó, de la
reprivatización de Rumasa a la Expo de Sevilla, de los fondos de reptiles a Filesa y compañías afines.
No
hace mucho, el compulsivo bebedor de la bebida refrescante de extractos
proclamaba que la gente de izquierdas es genéticamente incapaz de delinquir, y
sus correligionarios hicieron de la crítica a la corrupción de la casta un mantra del que no se han apeado
todavía.
Y
deberían hacerlo. No solo por la financiación dudosa de sus cadenas de televisión,
sus ingresos no declaradas o esas becas que por lo visto conceden la facultad
de la bilocación, sino también por la venta de viviendas de precio protegido (conseguidas
igualmente de aquella –dudosa- manera) o porque a cada día que pasa vemos que
esos adalides de la nueva política
son exactamente iguales que los de la vieja: jetas, aprovechados e hipócritas.
O
tontos del culo, porque el recién elevado líder balear de los neocom no declaró sus ingresos por un realquiler turístico hasta que Hacienda le obligó. Sería que no se había dado
cuenta, el pobrecito…
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