Hace
ya bastante tiempo que en las dos regiones españolas en las que los partidos
reginalistas son, abierta o encubiertamente, secesionistas, la jerarquía de la
Iglesia católica dejó de ser etimológicamente tal (católico quiere decir universal) y pasó a ser aldeana, localista,
ombliguista, cesaropapista y secesionista.
Ocurrió
primero en Vascongadas, pues no en vano se dice que el grupo terrorista del
hacha y la serpiente nació en las sacristías. El representante más eximio –es decir,
el más vil y miserable- de ese clero abiertamente filoterrorista –por no decir
proterrorista- sería el infame monseñor Setién, aquel que se atrevió a
cuestionar ante los familiares de los asesinados por sus amigos que dónde decía que había que querer a todos los hijos (de
Dios) por igual.
En
cuanto a vileza y miserabilidad, las altas jerarquías de la iglesia en Cataluña
no les andan a la zaga. No han apoyado (todavía) a los terroristas, pero sus
mensajes sobre el tema se alejan de lo pastoral y entran directamente en el
terreno de lo político. Y no, precisamente, respetando el ordenamiento vigente.
Toda
esta introducción viene a cuento del último documento excretado sobre el tema
por los antedichos purpurados que, abogando por la celebración del referéndum secesionista,
no tienen escrúpulos en afirmar que conviene
que sean escuchadas las legítimas aspiraciones del pueblo catalán, para que sea
estimada y valorada su singularidad nacional.
¿También
de ese pueblo catalán, no
precisamente minoritario, que se siente español y desea seguir siéndolo?
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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