lunes, 25 de febrero de 2013

El Señor de los Anillos

¿Qué puedo decir de El Señor de los Anillos que no se haya dicho ya? Lo debí leer por primera vez hacia 1.982 u 83, y hasta 1.992 lo leería seis veces más en español, y otra en francés. Ahora, veinte años después, he vuelto a rematar la serie (iniciada con El Silmarillion y continuada con El Hobbit), aunque nunca abandoné del todo a Tolkien: imágenes descargadas de Internet, La historia de la Tierra Media (en inglés), la transcripción al alfabeto latino de los frisos de las obras de Tolkien, el usar el nombre de uno de los personajes menores como pseudónimo en Internet (y mira que resulta raro leer ese mismo nombre dentro de la obra)...
Si algo me atrajo de la obra de Tolkien -y la primera vez que lo leí aún no lo sabía- fue que el británico había creado un mundo perfectamente coherente, con sus reglas, sus lenguas, sus razas, su geografía y su historia. Como dijo uno de los críticos cuando se publicó por primera vez El Señor de los Anillos, es la labor de todo un pueblo realizada por una sola persona.
Las veces anteriores leí la novela en la edición de Círculo de Lectores. En esta ocasión, el volumen que he leído es el que viene acompañado de ilustraciones de Alan Lee. Dejando aparte algunas variaciones de matiz (como pasar de el palantir a la palantir), esta nueva traducción es mucho peor. Hay errores, inconsistencias (por ejemplo, a lo largo de la obra las piedras videntes son el o la palantir, dependiendo de la ocasión) y, a veces, leer la obra ha sido más una tortura que un placer. Por otra parte, el Libro IV, que siempre encontré especialmente agobiante y opresivo, me ha resultado esta vez más agradable de leer.
Sabiendo como sé ahora más cosas sobre Tolkien, su vida y su pensamiento, resulta más sencillo ver sus creencias, valores y opiniones reflejadas en la obra.
Sólo espero no tardar otros veinte años en volver a leer las obras...
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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