viernes, 24 de enero de 2014

La leyenda de Camelot I: La magia del Grial

No hace mucho señalaba que los tres ciclos de los que tengo más versiones distintas son el de Troya, el de Robin Hood y el del Rey Arturo. Y si en aquella ocasión me refería al primero de ellos, en esta toca hacerlo al último.
Conseguí estos libros de manera un poco infrecuente. Iba a comprar los periódicos cuando vi que en la tienda tenían la trilogía rebajada de precio. Como no me sonaba de nada, fotografié el estuche con el móvil y de vuelta a casa consulté en Internet. Como no vi críticas especialmente negativas y me estaba quedando sin libros que leer –me disponía a atacar por novena vez el ciclo de Tolkien-, me los compré.
La verdad, esta versión de los mitos artúricos es de usar y tirar. Que no va a pasar a la historia por hacer aportaciones importantes al universo de Camelot, vamos. Sería raro para unos autores que han escrito dos centenares de libros: o eres un genio como Lope de Vega, o te limitas a producirlos en serie como Corín Tellado (para seguir dentro de los límites patrios).
Para empezar, la historia está contada desde el punto de vista de Lancelot, que aparece prácticamente en todas y cada una de las páginas que llevo leídas hasta ahora. Por ello, no comienza con los orígenes de Arturo (Uther, la espada en la roca y todo eso), sino que todo eso es agua pasada… hace bastante tiempo, además.
Por otra parte, el escenario es un batiburrillo de mitos celtas (Tir Nan Og), los Caballeros del Zodíaco y Power Rangers (armaduras misteriosas que conceden a su portador, destinado a llevarla, poderes sobrehumanos) y, si se me apura, hasta Bola de Dragón o las historias del Capitán Britania de los tebeos de Marvel (con una raza de guerreros poderosos, algunos dedicados a proteger a los humanos y otros decididos a esclavizarlos) cruzado con mitología escandinava (elfos oscuros y luminosos), en una especie de ambiente de Sensación de vivir (tanto Lancelot como Ginebra son adolescentes, o casi ni eso). Y lo de que la personalidad secreta de Lancelot sea un muchacho llamado Dulac es la cosa más tonta que he leído en mucho tiempo.
Se trata, por tanto, de una versión orientada a un lector juvenil sin demasiadas pretensiones. Eso sí, se lee de un tirón, o casi.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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