lunes, 7 de mayo de 2018

Ni pizca de gracia

Hoy toca tratar uno de esos temas que, si este blog fuera más leído y yo pudiera echarme a mí mismo una admonición, me sugeriría el pensamiento de que para qué me meteré en estos fregados. Me refiero, claro está –pocas cosas habrán suscitado tanta controversia últimamente, salvo quizá el último manifiesto de los terroristas del hacha y la serpiente, y en este caso la reacción ha sido más bien de palmaditas en la espalda que de collejas o coscorrones-, al tema de la sentencia a los integrantes del grupo (auto) denominado como la manada.
No voy a entrar a enjuiciar la conducta de los acusados, que de eso ya se ha ocupado prácticamente todo el mundo en este país; sólo diré que si hicieron aquello de lo que se les acusa, deberían cortarles las pelotas y tirarlas bien lejos. Tampoco voy a entrar en si la chica se buscaba lo que le pasó o no (no es no, eso es incontestable), o si en realidad pasó lo que ella dice que pasó o, en realidad, se le ocurrió acusarles de violación porque le robaron el móvil (tampoco sería la primera vez que una mujer acusa a un varón de violación sin que ésta se haya producido realmente).
No, de lo que voy a hablar es de la reacción desmesurada contra los magistrados que fallaron la sentencia. Probablemente, ni uno entre mil de los que han hablado ha tenido la santa paciencia de leerse la resolución de la cruz a la fecha (yo tampoco lo he hecho). En un país donde cada persona es un seleccionador/entrenador de cualquier deporte y un experto en cualquier materia, ahora resulta que hay también cuarenta millones largos de peritos en Derecho penal.
Desde mi punto de vista, el que los acusados hayan sido condenados por abuso sexual y no por agresión sexual (vulgo violación) no es culpa del tribunal que los enjuició. Es cierto que dentro de su discrecionalidad pudieron haber considerado que los actos relizados caísan dentro del tipo penal más grave, y no del menos grave (llamerle leve sería hacer una burla a las víctimas de este tipo de delitos). Pero la existncia de esa discrecionalidad no es responsabilidad de los jueces, sino de los legisladores que hace casi un cuarto de siglo parieron lo que tan pomposamente denominaban sus promotores como Código penal de la democracia. Si en todo este tiempo no se han delimitado las conductas de modo que no quepa dudar si un delito contra la libertad sexual es o no violación, es de los sucesivos parlamentos la culpa de que las sentencias salgan como salen.
Y hablando de parlamentos, lo que no tiene nombre (o sí, pero hay damas leyendo este blog… y, por otra parte, tampoco se me ocurre ninguna palabra en concreto) es la actitud de los neocom, que tras decir por activa, pasiva y perifrástica que no había que legislar en caliente en el tema de la prisión permanente revisable, ahora se suben al carro de reformar la regulación de este tipo de delitos porque no les ha gustado la sentencia de marras.
De éstos no tengo la duda sobre si se han leído la sentencia o no. Estoy seguro de lo segundo…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

No hay comentarios: