domingo, 2 de octubre de 2022

Haciendo el oso, con perdón

Hay tres razones para que me oponga a los que hablan de cambio climático, calentamiento global y demás pamemas.

La primera razón es, podríamos decir, de índole metafísica. Y es un poco extraña, viniendo de alguien como yo, que suelo decir que, entre las muchas cualidades con las que el Señor quiso adornarme, no se encuentra precisamente la humildad. Pero es que creo que el ser humano es una creación modesta, y que su capacidad para influir en el devenir del planeta ha sido, parafraseando a Mark Twain, enormemente exagerada… precisamente por quienes dejaron de creer en Dios y han acabado, como dijo Chesterton, creyéndose cualquier cosa.

La segunda razón es que las predicciones de los catastrofistas climáticos se han demostrado, vez tras vez, exageradas y erróneas (un poco al modo de no sé qué secta apocalíptica, que no para de vaticinar el fin del mundo… para cambiar la fecha cuando la última que pusieron pasa sin que nada ocurra). Si por ellos fuera, décadas hace que medio mundo estaría ya sumergido; eso, por no decir que hace medio siglo nos amenazaban, no con el calentamiento global, sino con poco menos que la quinta galciación.

Y la tercera es que, si tanta razón tienen, si tan en lo cierto están, ¿qué justificación tienen para mentir, para falsear los datos, para engañar, en suma? Cogen un oso polar esquelético por no sé qué razón y la atribuyen a que el pobre plantígrado se está muriendo de hambre por (todos a coro) el calentamiento global.

Pues, para morirse de hambre, resulta que su número ha crecido un diecisiete por ciento en el último medio siglo, y que habita en zonas donde hay menos hielo del que los ecolojetas sostienen que necesita para sobrevivir.

¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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