lunes, 29 de mayo de 2023

La mujer de César era una anticuada

En cualquier sistema judicial mínimamente garantista, para asegurar la imparcialidad de quienes han de impartir justicia existen dos mecanismos, complementarios y simétricos: la abstención y la recusación.

Cuando el juzgador considera que sus circunstancias personales pueden influir, sea en el sentido que sea, en la decisión que ha de tomar, puede abstenerse de conocer de la materia. Cuando considera que tal eventualidad no se da, pero alguna de las partes tiene esa impresión, puede acudir a la recusación. De prosperar cualquiera de las dos figuras, el resultado es el mismo: el abstenido o recusado no conocerá del asunto.

La izquierda española nunca ha tenido demasiados escrúpulos en lo relativo a guardar las apariencias. De hecho, cuando se estrenó parlamentariamente, el fundado de los de la mano y el capullo ya vino a decir que se saltarían la Ley a la torera cuando el hacer las cosas por las buenas no les permitiera alcanzar sus objetivos.

En esto, como en todo, el psicópata de La Moncloa, una especie de destilación de la quintaesencia del socialismo patrio, ha llegado más lejos que ninguno de sus predecesores, y no se corta ni un pelo a la hora de poner todo el aparato del Estado, todos los resortes de poder, al servicio de su mezquina voluntad.

Y así, una magistrada del Tribunal Prostitucional que fuera galardonada por Griñán, a la sazón condenado por el caso de los EREs -el caso de corrupción con el montante más elevado, perpetrado por el partido más corrupto de la historia de España-, ha decidido no abstenerse al ser designada ponente para elaborar la propuesta sobre la admisión a trámite del recurso de su premiardor y, posteriormente, redactar la propia sentencia si fuera admitido el recurso.

Aquí no hay una sombra de parcialidad: aquí lo que hay es un pozo negro del sectarismo más hediondo.

¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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