Hace una semana anunciaba la posibilidad de haberme quedado sin ideas. Pero justo la mañana en la que esa entrada salía publicada, se me ocurrió toda una batería de nuevas entradas que me darán, por lo menos, para salvar este mes (ya veremos para cuando llegue Octubre en qué situación estamos).
Son asuntos, al menos los primeros, de
carácter bastante personal, en el sentido literal de la palabra. Quiero decir,
que son reflexiones sobre mí mismo, mi modo de ser y de comportarse. Y el
primero es un verbo que, por lo que dice el corrector ortográfico, no existe,
pero que habla de mi facilidad para integrar rutinas en mi día a día. Es más,
de mi querencia por hacerlo.
Siempre he sido de mentalidad bastante
cuadriculada. Con los años he ido adquiriendo una cierta flexibilidad, en el
sentido de no sulfurarme (demasiado) por los cambios en los planes, los
retrasos y demás. Pero, cuando se trata de mí mismo, la rutina es una constante
en mi vida: me pongo, para ir a trabajar, los trajes que tengo siempre en el
mismo orden (el de adquisición), combinándolos con corbatas que también me
pongo por riguroso orden de compra (lo cual hace que a veces no conjunten…
demasiado); en lo que depende de mí, almuerzo todos los días lo mismo, y las
cenas las hago siguiendo un orden también establecido (esto fue un ten con
ten con mi padre, adaptándonos el uno al otro hasta llegar a un punto de
compromiso); me levanto todos los días (de trabajo) a la misma hora, sigo la
misma rutina y cojo el mismo transporte, tanto a la ida como a la vuelta.
¿Que puede resultar aburrido? Para los demás,
puede, pero a mí me evita dolores de cabeza… aunque en el momento de escribir
estas líneas tengo uno pulsándome en el lado derecho de la nunca…
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