La comedia española Ocho apellidos vascos está arrasando en
las taquillas españolas, lo que demuestra que el cine patrio, cuando se deja de
mandangas ideológicas y se realiza pensando en el público y no en el ego de los
artistas, tiene el respaldo de los
espectadores (la saga de Torrente
sería el ejemplo paradigmático, aunque con algo menos de gusto). En clave de
humor, retrata el choque culturar cuando trasplantas a un meridional a la
región más septentrional y primitiva
del país. No es que sea muy original, los franceses ya habían hecho lo mismo
con Bienvenidos al Norte, y los
italianos lo geográficamente inverso con Bienvenidos
al Sur.
La película parece divertida, hasta
graciosa. Tanto, que hasta me planteé romper mi regla de no ir a una sala a ver
cine español (bueno, salvo Torrente…
pero claro, como suelo decir, eso no es cine), hasta que oí a uno de los
intérpretes soltar una soflama muy política y muy poco artística que demostraba hasta que punto el gremio cinematográfico
español se considera, en su inmensa mayoría, el ombligo del mundo de la
cultura. Que sí, que tenía todo el derecho a desahogarse… y yo, a que su
desahogo me moleste.
Pero a lo que iba. La oficina de
prensa del mundo etarra (es decir, el periódico Gara) arremetió contra la película, molestos porque hay personajes
vascos que no están interpretados por vascos (se ve que no se han dado cuenta
de que actuar consiste, precisamente, en hacer de algo que no se es), y por el
vestido de novia que llevaba la protagonista, que no se pondría ni una novia
gitana (casi sic).
Evidentemente, son demasiado brutos
como para darse cuenta de que, publicando esas cosas, se retratan como los
racistas, intolerantes y excluyentes que son. O quizá sí se dan cuenta, pero no
les importa, lo que casi es peor…
Por cierto, se anuncia segunda parte,
titulada Nueve apellidos catalanes. Mal
lo llevan, porque los vascos, en general, tienen sentido del humor, pero los
catalanes ninguno…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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