El sistema electoral español parece
estar hecho para débiles mentales, por no decir para oligofrénicos profundos. Pondría
para subnormales, pero siempre existe
la posibilidad –remota, eso sí- de que se pase por aquí algún defensor de lo
políticamente correcto y considere que mi vocabulario es poco adecuado y muy
ofensivo.
Con sistema electoral no me refiero a las normas que rigen la
atribución de escaños. En eso, cada país elige el que mejor le parece, y todos
son buenos porque no hay ninguno que sea absolutamente bueno o absolutamente
malo. Eso explica que, como puso de manifiesto (demagógicamente, luego lo
explicaré) Felipe González hace unos días, Susana Díaz y David Cameron hayan
obtenido un porcentaje de votos muy similar, y que el británico pudiera estar
formando gobierno prácticamente al día siguiente (porque había obtenido mayoría
absoluta) mientras que la líder esa de ahí abajo lleve tres votaciones de
investidura que han constituido tres fracasos.
Como dijo Churchill, la demagogia
consiste en decir algo que sabes que es mentira a alguien que sabes que es
idiota. Y eso es lo que ha hecho González: ha mentido o, al menos, no ha dicho
toda la verdad. Porque el sistema electoral andaluz tiene como circunscripción
electoral la provincia, y como método de atribución de escaños en proporcional
D’Hont; mientras que en el Reino Unido la circunscripción electoral es el
distrito uninominal (seiscientos cincuenta escaños, seiscientos cincuenta
distritos), y el sistema de atribución de votos es el mayoritario (el que gana,
aunque sea por un voto, se lo lleva todo), por lo que, como dije con ocasión de
las últimas elecciones británicas, ni siquiera hace falta ser el partido más
votado (a nivel nacional) para obtener la mayoría absoluta.
Volviendo al inicio de esta entrada, a
lo que me refiero es a todo lo que es previo a la jornada electoral, y en
concreto a dos extremos (hay más, pero estos son los que me preocupan ahora):
la prohibición de publicar encuestas a menos de una semana del día de la
votación y el establecimiento de la llamada jornada
de reflexión. Esto último asume que los españoles somos un pueblo capaz de
reflexionar, pero asume también que los partidos van a respetar esta jornada. Y
ya sabemos, desde los malhadados días de los atentados del 11 de Marzo de
2.004, que esto no es así, especialmente por parte de la izmierda. Y que han seguido haciéndolo –es decir, saltarse las
normas a la torera- cuando les ha parecido bien, aunque cada vez con menos poder de convocatoria.
Paso, por tanto, a reflexionar el
sentido de mi voto el día de mañana. Me voy a limitar a las siete formaciones
con posibilidades de obtener escaños en la Comunidad o en el Ayuntamiento de
Madrid, que es lo que me toca de cerca (aunque, en realidad, creo que sólo seis
tienen verdaderas posibilidades; la última lo veo difícil), dejando de lado a
formaciones más o menos pintorescas, tipo los ecologistas sandía o las formaciones de extrema derecha, y yendo (más o menos)
de izquierda a derecha en el espectro ideológico:
- Los neocom: a esos no les votaría ni aunque fueran el único partido
sobre la faz de la tierra. Demagogos hasta decir basta, revolucionarios de
salón, salvapatrias de la peor
especie, lo único que quieren es ser
califa en lugar del califa, aunque ellos proclamen que lo que pretenden es
acabar con el califato. Además, son una panda de delinquidores y su aspecto
personal, desaliñado so capa de moelno,
me produce repugnancia.
- Los paleocom: Hubo una época en la que gozaron de mis simpatías, cuando
los dirigía el (probablemente) único político decente que ha habido en España
en los últimos tiempos (me refiero, claro está, a Julio Anguita) antes de
demenciarse por la pérdida (traumática por las circunstancias) de su hijo y
convertirse en un iluminado más de la izquierda. Similares en sus formas a los neocom (eso de ir con sahariana al
Congreso de los Diputados) y con un programa igual de demagógico e
irrealizable, también me sería difícil encontrar alguna razón para votarles.
- El PSOE: nada bueno ha hecho el PSOE
en toda su historia (salvo, quizá, desaparecer del mapa durante el franquismo),
y las pocas cosas razonables que ha hecho o bien se las debe a otros (la
entrada en la CEE, por ejemplo, no fue más que la culminación de un proceso que
les tocó a ellos, y que aceleraron poniéndose de rodillas a lamer todos los
culos que fuera menester) o bien las ha hecho de tal modo y manera (regular las
uniones –me niego a llamar matrimonio
a esa unión- homosexuales) que casi valdría que no las hubiera hecho.
- UPyD: hubo una época en la que quizá,
durante unos segundos, me planteé la posibilidad de votarles. Pero el hecho de
que haya acabado convirtiéndose en poco más que Rosa Díez y su grupo de
corifeos hace que me produzca casi tanto rechazo como el PSOE. Y es que uno
tiene la memoria bastante larga, y no olvida la querella criminal contra
Antonio Mingote, ni tampoco la demagogia barata en la campaña en la que fue
cabeza de lista del PSOE en las elecciones europeas.
- Ciudadanos: de momento parece ser que
son el heredero natural de los anteriores. El problema es que, no habiéndose
probado todavía en unos comicios de
verdad a escala nacional, uno no sabe qué pensar de ellos. Al tener que
bajar a la arena y dejarse de proclamas grandilocuentes, parecen haber
intentado contentar a todo el mundo, diciendo con frecuencia una cosa y casi la
contraria, y teniendo que rectificar a menudo.
- Partido Popular: el mal menor, desde
mi punto de vista y para mí. Especialmente en el Ayuntamiento, donde a
Esperanza Aguirre la conocemos de sobra, para lo bueno y para lo malo:
aplicando la doctrina Mafalda, si
pone de los nervios tanto a retroprogres
como a maricomplejines, es que algo
bueno debe tener. Cristina Cifuentes es más incógnita; según algunos, es una
especie de quintacolumnista de los progres, y votarla a ella sería casi lo
mismo que votar a la izquierda. Sin embargo, haciendo de abogado del diablo,
hay una diferencia: y es que, dado el sistema electoral, no es que la estemos
votando exactamente a ella, sino al Partido Popular; y aunque este partido haya
hecho algunas cosas que rebasan por la izquierda al progretariado, ha hecho otras (siquiera tibiamente) que la izmierda jamás osaría hacer ni aunque
estuviera entre la espada y la pared como, por ejemplo, la reforma laboral.
- Vox: en un mundo ideal, sería el
partido al que votaría. Sus dirigentes gozan de mi simpatía personal (vamos,
una especie de caso opuesto a Rosa Díez), y estoy bastante de acuerdo con las
cosas que les he oído decir (básicamente, porque dicen las cosas que, en mi
opinión, debería decir el Partido Popular). Pero en un mundo ideal (para mí),
ese mundo haría lo que yo les dijera. Y como no estamos en ese mundo, votarles
a ellos sería, de momento, favorecer a la izquierda por aquello de no
concentrar el voto de la derecha.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
P.D.: Dedico esta entrada a una amiga
muy querida que me dijo que le gustaría hablar conmigo del tema antes de las
elecciones. No ha podido ser, pero ahí quedan mis reflexiones.