Cuando Junior era un melenudo desconocido que soltaba sus rebuznos en una
cadena financiada por los ayatolás iraníes, a nadie se le daba una higa lo que
decía, porque nadie le escuchaba.
Sin embargo, las cosas han cambiado.
Ahora, algunos le consideran, y él el primero, como el cuasi árbitro de la
política española, si no el próximo presidente del Gobierno (Dios no lo
quiera). No es que el interés por escucharle haya aumentado, pero no hay más
remedio que oírle, porque está hasta en la sopa. Y claro, pasa lo que pasa.
Y lo que pasa es que ahora los
destinatarios de sus exabruptos se enteran de los mismos, y cuando llama sinvergüenzas a los que critican su apoyo a P-ETA en Pamplona, esos críticos –entre los que se cuentan muchos
familiares de víctimas de esos a los que apoya y de sus compinches- se ven
obligados a decirle que haga lo que le salga de la coleta, pero que al menos no les llame sinvergüenzas.
O que cuando dice que ve trágico que haya quinientos presos terroristas a kilómetros de sus familias (¿qué sabrá este mamarracho de tragedias, ya puestos?), la
Confederación Española de la Policía ha de señalarle el hecho evidente de que
mucho más trágico es el hecho de que haya más de ochocientos asesinados por ETA.
Es lo malo de darle un altavoz a un
miserable: no se vuelve más inteligente, simplemente sus bajezas se oyen más
lejos y más alto.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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