No creo que tuviera una carrera de
largo recorrido si me dedicara a la cosa
pública. No es sólo que no sienta inclinación alguna hacia ello, sino que
además no me considero especialmente dotado para ello.
Para empezar, soy políticamente
incorrecto (no hay más que leer este blog). De derechas, sí, pero políticamente
incorrecto (¿y por qué pero? Si ahora
lo políticamente correcto es ser de izquierdas…). Además, para medrar en lo
público hay que tener un nivel de hipocresía, o al menos una capacidad de
fingimiento, de la que yo carezco.
Tomemos como ejemplo el caso de Carlos
de Inglaterra. Vale, el hombre ha sido educado para ello desde la cuna. Pero de
ahí a estrechar la mano (en plan pelillos
a la mar) de un hombre que estuvo en el grupo que decidió la muerte de tu
tío abuelo y padrino poniendo una bomba en el yate en el que navegaba… no sé si
sería capaz, la verdad.
O, mejor dicho, sí lo sé: no sería
capaz. Me es difícil perdonar (nunca me he visto en tal tesitura como la del
Príncipe de Gales, y espero que no me toque jamás), y mucho más olvidar. No es
de buen cristiano, pero es como soy…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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