Una de mis exclamaciones de
agradecimiento al Altísimo, mitad en broma y mitad en serio, es Gracias, Señor, por hacerme nacer cristiano,
y no judío o musulmán (a veces añado o
hinduista, pensando en los pepitos
de ternera), ya que la religión que profeso me permite disfrutar de los
productos del Sus domesticus.
Y esta es una de las razones que
aduzco para sostener la existencia de Dios. Algo tan perfecto como el cerdo no
puede ser simplemente fruto de la evolución natural, sino que tiene que haber
sido creado por un ser superior.
La otra razón lógica para defender que
el cristianismo es la única religión verdadera (como decían en ¡Se armó el Belén!) se me ocurrió hace
un par de semanas, el Domingo que se celebraba la fiesta de la Santísima
Trinidad. Asumamos que las religiones son, en principio, mitologías,
construcciones elaboradas por los seres humanos para dar explicación y razón a
un mundo que de otro modo resultaría incomprensible. Pero esas religiones, por
fuerza, tienen que ser algo más sencillo que el mundo que pretenden explicar:
el judaísmo se basa (simplificando) en que Jehová dice yo soy El que soy; el islamismo, en la máxima de no hay más Dios que Alá, y Mahoma es su
profeta. Pero ¿en qué se basa el cristianismo? Pues en el hecho de un Dios
que son tres personas y un solo Dios verdadero. Año tras año, las homilías
vienen a decir lo mismo: es algo tan complicado que, hablando pronto y mal, no
hay Cristo que lo entienda.
Dicho de otra manera: algo tan
complicado de explicar no puede ser inventado, ergo el cristianismo ha de ser verdad. Quod erat demostrandum.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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