Cuando se habla de antisemitismo, judeofobia u
holocausto, la gente tiende a pensar automáticamente en la Alemania nazi.
Dejando aparte que nazi es el apócope
de nacionalsocialista, y que el
partido de Hitler fue en su origen un movimiento de izquierdas (como el
fascismo, por otra parte), y sin tener en cuenta a los musulmanes, pocas ideologías
habrá habido (y hay aún) tan antisemitas como el izquierdismo, tanto más cuanto
más extremo sea.
So capa de defensa de los palestinos (cuyos
dirigentes, terroristas o criptoterroristas, siempre han negado el derecho de
Israel a existir como nación, abogando por borrar –literalmente- a los judíos
del mapa), los retroprogres
occidentales sueltan por esas boquitas las mayores barbaridades posibles contra
Israel y los judíos, acusándoles de holocausto. Y conviene no banalizar ese
término, porque el Holocausto (con mayúsculas) fue una cosa muy seria: un
proceso sistemático, industrial y despiadado dirigido a eliminar completamente
una raza. Mientras que Israel, si bien actúa de forma que podríamos llamar
despiadada (no puede permitirse el lujo de tener piedad con quienes les
aniquilarían si pudieran), lo suele hacer como reacción a los ataques
recibidos, ataques tras los cuales los atacantes corren a refugiarse tras niños
que, caso de ser alcanzados, supondrán un magnífico elemento propagandístico
entre los biempensantes occidentales acerca de lo malos malísimos que son los
judíos. Es cierto, como bien señalaron Lapierre y Collins en su magnífico libro
¡Oh, Jerusalén!, que los primeros
estadistas del estado de Israel cometieron previamente actos terroristas, pero
eso es historia pasada; y si se le perdonó a Nelson Mandela, ¿por qué no a
ellos? Es una pregunta retórica, claro: Mandela era negro y marxista, y los
judíos son blancos… y judíos.
El mes pasado se celebró un macrofestival musical
de esos en los que los descerebrados se encuentran tanto sobre el escenario
como frente al mismo (más en este último caso, en términos porcentuales y en
números absolutos). En dicho festival, la organización quiso suprimir la actuación de un tal Matisyahu, un músico israelí, aunque en cambio permitió la de un condenado por violación. Se ve que ser judío es mucho más reprobable
que ser violador; por otra parte, todavía estamos esperando algún comunicado de
queja de las feminazis sobre el
particular.
Lógicamente, los comunistas (paleocom y neocom al
alimón) apoyaron el veto al israelí, mientras que el gobierno la reprobó e Israel habló de censura intolerable.
Finalmente, el festival rectificó y pidió al artista que actuara, cosa que hizo
(aunque, como dijo un amigo mío, lo que debería haber hecho es negarse). La
habitual patulea ultraizquierdista habló de presiones políticas al festival.
Se ve que cuando se impide actuar a Daniel
Baremboin por ser judío, o al propio Matisyahu, no se trata de presiones políticas. Racistas es, desde luego, un
término mucho más adecuado.
Para que conste, servidor es pro israelí, pro hebreo, pro sionista, pro judío y todos los pros políticamente incorrectos en relación con este tema en particular.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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