Hace
un par de semanas se celebraron las elecciones legislativas en el Reino Unido.
Me hacía bastante gracia el hecho de que los comentaristas, probablemente sin
tener demasiada idea de cómo funcionan las cosas al otro lado del Canal, dijeran
que si hace unos meses los conservadores aventajaban en más de veinte puntos a
los laboristas, o que si, conforme se desarrollaba la campaña electoral, Corbyn
había ido recortando el terreno a May hasta quedar a menos de media docena de
puntos.
Es
evidente que si se pierde por veinte puntos es muy difícil ganar en las
elecciones, por no decir imposible; y lo es aquí, en el Reino Unido, en la
China comunista y hasta en la otra. Pero es menos claro que, cuando la
diferencia en votos globales es escasa, el que haya obtenido más vaya a ser el
vencedor, o que lo sea por tal o cual margen. Y ello se debe al sistema
electoral británico, que guarda ciertas similitudes con el francés y hasta con
el estadounidense en las elecciones presidenciales (de eso hablaré más tarde). A
ver si me explico.
Para
las elecciones a la Cámara de los Comunes, el Reino Unido se divide en
seiscientos cincuenta distritos uninominales, en los que rige la regla de que
el que gana, aunque sea por un solo voto, obtiene el escaño (o, como dirían en
el país del té con pastas, the winner
takes it all, aunque eso también sea una canción del grupo sueco ABBA). Llevando
la exageración al absurdo, si un partido ganara en todos y cada uno de los
distritos por un solo voto de diferencia, y sólo hubiera dos formaciones, obtendría
todos y cada uno de los escaños de la cámara… habiendo obtenido únicamente
seiscientos cincuenta votos más que su rival que, a pesar de obtener (voto
arriba, voto abajo) la mitad de los sufragios se quedaría a dos velas (a
ninguna, más bien).
Naturalmente,
esto nunca ha ocurrido. Lo que sí ha ocurrido en varias ocasiones (es algo de
lo que me enteré en segundo de carrera, hace casi treinta años, y desde
entonces no lo he olvidado; no tengo los datos a mano, y no me apetece
buscarlos en Wikipedia -lo he buscado, de cualquier manera, y no lo he encontrado- ni tampoco posponer esta entrada) es que un partido ha
sido el primero en número de escaños siendo el segundo en número de votos. Yo suelo
decir que es como si un equipo (de fútbol, de baloncesto, de lo que sea) gana
por la mínima y pierde por goleada: podrá ser campeón con más tantos en contra que
a favor.
Algo
parecido a lo que he dicho ocurrió en las últimas elecciones presidenciales
estadounidenses. En la mayoría de los estados rige la norma citada (la
cancioncilla de los suecos, ya sabéis), por lo que, aunque Hillary Clinton
obtuvo más sufragios directos, Donald Trump consiguió más miembros del consejo
electoral y, a la postre, la presidencia del país.
En
cuanto a los franceses, allí también tienen distritos uninominales, sólo que
hay una segunda vuelta para aquellos casos en los que ningún candidato obtenga la mayoría
absoluta en la primera, pasando los dos más votados. Por eso, la representación
parlamentaria del Frente Nacional (un uno por ciento, creo) es muy inferior a
su procentaje de votos (creo que algo por encima del veinte por ciento): en la
primera vuelta les votan sus simpatizantes, y en la segunda… también; lo malo
es que todos los demás votan al otro, sea quien sea, por no votarles a ellos.
De momento.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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