Los
políticos neocom estaban tan
acostumbrados a que sus mamarrachadas no tuvieran repercusión que ahora,
metidos de hoz y coz en el mundo real,
uno no sabe si reírse de ellos o echarse a llorar.
Tomemos,
por ejemplo, el caso del inefable (porque las palabras se quedan cortas para
describirlo) alcalde de Cádiz, ese sujeto bautizado –porque creo bastante
seguro que haya sido cristianado- José María González y conocido como Kichi. Resulta que un político tan
teóricamente aconfesional (lo que en España, si eres de izquierdas, suele
equivaler a ser furibundamente anticatólico) preside un consistorio que ha
concedido la medalla de oro de la ciudad a la Virgen del Rosario, patrona de la
localidad. Requerido sobre las razones de tal concesión, el profesor –que no
maestro- devenido primer edil aludió a las seis mil firmas que solicitaron
dicha distinción.
Pues
bien, el pastafarismo, haciendo alarde de una capacidad de convocatoria que no
parece corresponderse con el (digo yo que escaso) arraigo que pueda tener esa
confesión en la piel de toro, ha logrado reunir siete mil para que se conceda
parejo honor a su deidad, el Monstruo Espagueti Volador.
No
le arriendo yo la ganancia al equipo de gobierno de la tacita de plata, no…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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