Los
cuadros dirigentes socialistas nunca han sido, intelectualmente hablando, como
para tirar cohetes, pero al menos de vez en cuando despuntaba un Boyer aquí o
un Borrell allí que, además de unos estudios, tenían una cierta solvencia
intelectual. Y aquellos que, por circunstancias de la vida, no habían podido
formarse como es debido, al menos tenían un poso de lucha por las libertades
del que ahora todos presumen.
Sin
embargo, tras el paso del Rodrigato,
aquello ha quedado convertido en un páramo intelectual (y ético) de tal
magnitud que nos hace añorar a los predecesores de los actuales de un modo que
nos presenta a aquellos bergantes, por comparación, casi como estadistas de
talla mundial… bueno, tampoco hay que exagerar: como unos candidatos solventes
a… a… a presidente de la comunidad de vecinos, por poner un ejemplo (algo para
lo que hay que valer, que no sirve cualquiera, ¿eh?).
Y
eso ha quedado demostrado a todos los niveles. Figura tras figura, cualquier
secretario general hace bueno al anterior, vez tras vez, y lo mismo pasa con
los mandos inferiores. Y hasta con los superiores, porque tener a Cristina Narbona de presidente del partido de la mano y el capullo casi, casi, hace
bueno a Manuel Chaves, e indudablemente añorable a Ramón Rubial, que no sé qué
méritos tendría pero que, por lo menos, inspiraba algo parecido a la ternura.
El
rechinar de dientes de Borrell, a propósito, debe de oírse hasta en la Luna…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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