Martin
tiene en común con Tolkien el haber creado en solitario un mundo de ficción
extremadamente complejo y extremadamente coherente (probablemente, por eso me
gusta tanto la obra de ambos autores), aunque el inglés dedicó toda su vida a
su legendarium y prácticamente no escribió ficción al margen del mismo,
mientras que el americano le ha dedicado (al menos, en términos de publicación)
únicamente los últimos veinte años (y lo que queda, porque al ritmo al que
va…).
Del
mismo modo, los personajes de Tolkien (los héroes)
se mueven por ideales elevados, buscando más el bien común que el interés
propio (y cuando lo hacen, como en el caso de Feanor o de Saruman, pasan a ser
considerados como villanos), mientras que para los de Martin, incluso para
personajes tan honorables como Ned Stark o Jon Nieve, todo se reduce a
sobrevivir… en un mundo en el que lograrlo es poco menos que una heroicidad,
porque no te puedes fiar de nadie (esa debe ser la única verdad absoluta que
dijo Meñique).
Dicho
lo cual, El caballero de los Siete Reinos
presenta dos diferencias fundamentales con el grueso (y esto es una coña tanto
en relación con la corpulencia de Martin como a lo grueso de los distintos
volúmenes de su Canción de Hielo y Fuego)
de la obra referida a Poniente y tierras aledañas. Por un lado, los hechos no
transcurren tras la caída de los Targaryen y el ascenso al trono de Robert
Baratheon, sino casi un siglo antes; por otro, las tres historias (de algo más
de cien páginas cada una) están contadas desde el punto de vista de un único
personaje, ser Duncan el Alto, que parece encontrarse (casi) siempre en los
lugares más inadecuados en el momento más inoportuno (naturalmente, y de
acuerdo con la afirmación de Leia Organa, eso le convierte automáticamente en
un héroe).
Son,
pues, tres historias cortas, entretenidas, que se leen rápidamente y arrojan
luz sobre parte del pasado de Poniente, y que me han hecho darme cuenta de lo
que echaba de menos ese universo.
¡George, publica!
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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