Los
neocom españoles –podemitas, mareados, convergencientes
(para diferenciarlos de los ahora transmutados convergentes) y demás compañeros mártires- saltaron a la palestra y
se encaramaron a las instituciones clamando contra una supuesta casta que miraba sólo para sí y que no
se preocupaba de la gente. Ellos, en
cambio, eran distintos: cuando gobernaran (no si lo hacían: como todos los de izquierdas, se consideran
investidos de una legitimidad de origen que, según algunos, les haría hasta
genéticamente incapaces de delinquir) lo harían pensando en las verdaderas
necesidades de la gente, esa masa
heterogénea e indeterminada de la que, según ellos, provienen y a la que, según
ellos, dedican sus desvelos.
Nada
más lejos de la realidad. Parafraseando a Jerry Lewis en El ceniciento, los cuadros dirigentes neocom no son gente, sino
personas, e incluso personas de lo
que se ha llamado tradicionalmente familias
bien (descansa, Carolina…). Eso, en cuanto al origen. Porque en cuanto al
destino de sus políticas, tampoco es que se ocupen demasiado de la gente ni de sus necesidades más
acuciantes. Tenemos, por ejemplo, al primer edil de la capital maña, que carga
al erario público sus gastos en gomina; o a la regidora de la Ciudad Condal, la
simpar Bruja Piruja, que parece decidida
a conseguir que la urbe cuyos destinos rige deje de ser un reclamo turístico
(de qué va a vivir entonces la gente
que no sea de su gente es harina de
otro costal); o, finalmente, la inefable juez en excedencia que aposenta sus
(presumo) ajadas posaderas en el escaño del alcalde de la Villa y Corte, esa a
la que yo llamo doña Rojelia (y que
me perdonen el guiñol y su ventrílocua dueña).
Esta
última, con motivo de la celebración de las fiestas del orgullo no heterosexual
(originalmente llamadas del orgullo gay,
pero hoy ampliadas a lesbianas, transexuales, bisexuales y, con tiempo, a las
otras varias docenas de identidades u
opciones sexuales que, por lo visto,
existen desde los tiempos de Adán y Eva –o del Homo antecessor y su pareja, fuera ésta del sexo que fuera-… y el
común de los mortales sin enterarse), ha decidido destinar veintiun mil
setecientos cuarenta y siete euros para lo que denomina semáforos inclusivos, igualitarios y paritarios en Madrid. O, dicho
de otra manera, en cambiar a los muñequitos tradicionales por otros con falda
(qué antigua, pensar que las mujeres sólo visten falda y que sólo las mujeres
visten falda… ¿no sabe de la existencia de, por ejemplo, Escocia?), o por dos
muñequitos con pantalones (o en pelotas, vaya usted a saber: andando por ahí
Rita Maestríper, todo es posible), o
por dos muñequitos con faldas.
Se
echa de menos, en todo caso, un semáforo en el que aparezcan dos muñequitos,
uno con falda y otra sin ella. Aunque resulte retrógrado, casposo, facha y
hasta heteropatriarcal…
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