No
conozco de primera mano la catadura moral de los políticos allende nuestras
fronteras, pero apostaría, sin demasiado temor a perder, que debe correr, en
general, pareja a la de los representantes patrios: manifiestamente mejorable
tirando a regular.
Esto
es especialmente cierto en lo que toca a la sinceridad hacia ellos mismos. No
es que hacia sus rivales políticos sea otra cosa, pero tienden a decir las del
barquero en relación con sus adversarios; los de derechas, por lo común,
quedándose cortos (el maricomplejinismo),
y los de izquierdas cargando las tintas (la autoatribuida superioridad moral de
la izquierda).
Todo
lo anterior vale si tienen tiempo para pensar lo que dicen. Si reaccionan sobre
la marcha, en cambio, y como todo ser humano –sí, los políticos lo son, aunque
a veces no lo parezcan-, tienden a decir lo que piensan, en el sentido de que
dicen lo que les pasa por la cabeza.
Valga
toda esta perorara introductoria para entrar en materia, con las declaraciones
hace diez días del portavoz popular
en el Congreso de los Diputados, cuando dijo que la oposición se ha conjurado,
con la comisión de investigación sobre la (presunta) financiación ilegal del
PP, para buscar la disolución de ese partido.
En
mi opinión, está completamente en lo cierto, sobre todo en lo que se refiere a
izquierdistas y partidos regionales. ¿Por qué? Porque, mal que bien, el partido
de la gaviota (o el charrán, o lo que sea) es lo único (con representación en las instituciones, como suele decirse; el día que Vox llegue a las mismas, será otro cantar) que se opone a las
fuerzas que quieren destruir España. No siempre ni en todas partes; pero es que
los demás, ni eso.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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