Si
ayer hablaba de los partidos políticos, hoy toca hacerlo de los sindicatos.
Nunca
me han gustado los sindicatos españoles (ni siquiera el mío; sí, estoy en uno,
pero en mi descargo diré que no sabía que lo era cuando entré), especialmente
los sedicentes más representativos. Quizá
en el pasado (¿hace medio siglo?) jugaran un papel importante, y hasta
defendible y encomiable, y sus dirigentes fueran gente comprometida en lo
social y honesta en lo personal. Pero ya durante el mandato de esos dirigentes
(Camacho y Redondo, Redondo y Camacho) empezaron a aparecer algunos pufos
económicos (remember the PSV) que los
desacreditaron completamente.
Los
dirigentes que vinieron después, salvo alguna excepción de altura (referencia
fácil, no hace falta decir a quién me refiero), se dedicaron más a hacer
política que a defender a la tan manida clase
trabajadora. Pero nunca tanto como hasta hace diez días, en que ugeteos y cocos, al alimón, convocaron una manifestación en defensa de los golpistas catalanes.
Nunca
habrá mejor excusa para disolverlos…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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