José
Guardiola es un tipo soberbio, engreído, pagado de sí mismo y que no admite
estar en un error (sí, lo sé, todos estos calificativos van, más o menos, en la
misma dirección). Ya sea hablando de fútbol o de política, habla como si
estuviera investido de la omnisciencia divina o de la infalibilidad papal
cuando el sumo pontífice de la Iglesia católica habla ex cathedra.
Por
ello, con cierta frecuencia suele incurrir en el error o la incorrección –no en
el sentido de la grosería, que también, sino en el de no decir las cosas como
son-, al menos a los oídos de los que no comulgamos con sus postulados, sean
estos balompédicos o secesionistas. Sin embargo, como en el caso de la fábula,
o de los políticos españoles de izquierdas, alguna que otra vez se despista y
se produce esa conjunción planetaria,
que diría Masturbito, entre el calvo
melifluo y la verdad.
Resulta
que un agente de jugadores calificó de perro
al acusado de dopaje en su etapa italiana, y el aludido ha reaccionado
diciendo que compararle con un can está mal, hay que respetar más a los perros. Y, mira por donde, estoy de acuerdo
con él: los perros son seres nobles, afectuosos, sinceros, cariñosos,
desinteresados, protectores, abnegados… vamos, todo lo que no es él.
Dios
mío, yo de acuerdo con este sujeto. ¿Qué será lo próximo? ¿Alegrarme de los
triunfos del Farça? Noooooooooooooo,
por favor…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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