Los
sindicatos españoles –especialmente los sedicentes más representativos- nunca han sido santo de mi devoción. Quizá tuvieran
algún sentido –en el sentido, valga la redundancia, de que fueran útiles- en
los últimos tiempos del franquismo y los primeros de la democracia. Pero ahora
no.
Y
no lo tienen porque han olvidado su función original, que era defender los
intereses de los trabajadores en general y de sus afiliados en particular, y se
han convertido, a partes iguales, en una ciénaga de corrupción y una
herramienta que se utiliza con fines políticos. Es decir, como una especie de
clones defectuosos de los partidos políticos.
Pero
la gota que ha colmado el vaso de mi paciencia –es un decir, el dedal hace
mucho que rebosaba- ha sido el hecho de que, unidos a Arturito Menos y a la Bruja
Piruja, ambos sindicatos –y no las franquicias regionales, sino las
matrices nacionales- han ido de la mano en una manifestación separatista.
Así
que, como poco, son cómplices en la comisión del delito.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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