José
Borrell no es ningún estúpido. De todos los ministros socialistas que ha habido
(me atrevería a decir que de todos los ministros, e incluso de los miembros de
todos los ejecutivos, nacionales o regionales) en España en los últimos
cuarenta años, estaría dispuesto a apostar que se encuentra en el pelotón de
cabeza.
Eso
no quiere decir que sea honrado a carta cabal, o completamente de fiar. La bicefalia
cefaleica de finales de los noventa fue atajada por el expediente de airear
trapos sucios de la Agencia Tributaria en Cataluña que le tocaban bastante de
cerca; no hace mucho se ha conocido también el presunto uso de información
privilegiada en relación con movimientos bursátiles del ministro catalán. Y,
por otra parte, no parece muy lógico (o coherente) que alguien que se manifestó
(literal y figuradamente) contra el golpismo catalán forme parte de un gobierno
que se apoya en esos mismos golpistas para sobrevivir. Sobre todo cuando, como
don José, ya está de vuelta de casi todo y, como Solbes cuando volvió de
Europa, lo que se haga sólo podrá empeorar su reputación.
Pero
de la inteligencia de Borrell nadie dudaba. De su soberbia, tampoco. Porque es
precisamente la soberbia (además de la hipersensibilidad cutánea del progretariado, claro) lo único que
explica que dijera que Estados Unidos tiene un mayor nivel de integración
política (que España) porque tienen el mismo idioma y porque tienen muy poca historia detrás. Nacieron a la independencia
prácticamente sin historia, lo único que habían hecho era matar a cuatro
indios, pero aparte de eso... fue muy fácil. En una extraña confluencia, Naranjito y Cocomocho se le echaron encima para despellejarle.
Sin embargo, el
marido de la presidente del PSOE tiene toda la razón. Antes de la independencia
habían matado, como quien dice, a cuatro indios. Pero después, ¡ay, amigo!, se
los cargaron a carretadas.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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