Que
los llamados comités de defensa de la
república son una mezcla entre hijos de papá y terroristas de baja estofa
(por más redundante que esto último pueda resultar) era un extremo que algunos
teníamos meridianamente claro. Pero, como de costumbre, esta gentuza no pierde
ocasión de demostrar de qué pasta están hechos, desacreditando así las pomposas
manifestaciones de aquellos que pretenden instrumentalizarles (y que, si el
devenir de los acontecimientos sigue las mismas pautas históricas que en otras
ocasiones similares, pueden ser arrollados por ellos).
La
cosa comenzó con un llamado urgente
de los acampados de Barcelona, que necesitaban embutido vegano (los pijiprogres son así, aunque luchen por la
independencia de un país inexistente), cables de iPhone… y condones. Es decir,
la revolución es importante, por supuesto que sí… pero ni hablar de olvidarse
del fornicio. ¡Hasta ahí podríamos llegar!
Una
semana después, esos mismos acampados acusaban a las juventudes de los
ierreceos y de los Clicks Unidos de Playmobil de haber arramblado con los
fondos de las cajas de resistencia
del campamento, que contendrían un mínimo de treinta mil euros donados
generosamente por viandantes barceloneses y curiosos de toda Cataluña que
financiaban la aventura.
Debe
ser que la revolución bien entendida empieza por uno mismo…
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