Cuando
a los catalanes les han entrado ganas de separarse de España, siempre han
vuelto sus ojos, con lógica relativa, hacia Francia.
Y
digo lo de relativa porque,
efectivamente, Francia es el país que está al otro lado de los Pirineos (de
hecho, el Rosellón era la Cataluña Norte),
y parece la opción más inmediata para cambiar
de país (no iban a unirse a Alemania, por poner un ejemplo un poco más
alejado).
Pero
en cuanto a libertades, eso es otro cantar. Francia no permite veleidades
nacionalistas (que se lo digan a los corsos), ni el uso de otra lengua que no
sea el francés. Tan clara está la cosa que no mucho después del Corpus de sangre los catalanes se
apresuraron a volver bajo las alas de Felipe IV, donde se estaba mejor (o, al
menos, no tan mal).
Ahora,
casi cuatro siglos después, las cosas no han cambiado. Mientras a este lado de
la frontera las fuerzas del orden, por complicidad o por acomplejamiento, dejan
que los terroristas urbanos corten carreteras y estaciones de tren, al otro
lado la policía no se anda con tonterías: si se les planta un tsunami (anti) democrático, se apresuran
a disolverlo, con gas o con lo que haga falta.
Y
es que, catanazis, a veces más vale lo malo conocido...
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario