miércoles, 14 de septiembre de 2016

Camina, Soria

Tras la ejecución del duque de Enghien, Fouché (y no Talleyrand) comentó es algo peor que un crimen: es un error. Salvando las distancias, algo parecido podría decirse del asunto de José Manuel Soria y el banco Mundial.
Vamos a aceptar que Soria no hizo nada ilegal en relación con los llamados papeles de Panamá. Aceptemos también que se encontraba perfectamente cualificado para ocupar el puesto en cuestión. Sin embargo, habría resultado difícil comportarse con mayor torpeza que la que ha demostrado el partido en el gobierno de España.
En efecto, meter a Soria en el ajo suponía dar munición a la oposición para atacar al Partido Popular. Hacer el anuncio, además, como quien dice cinco minutos después del segundo intento fallido de investidura da la impresión de que se pretendía ocultarlo hasta que ya no pudiera influir en la votación (en la de Ciudadanos, para ser concretos, puesto que es el único partido cuyo voto podría haber cambiado de sentido de haberse conocido). Hacer el anuncio además como se hizo, con declaraciones contradictorias (la política de comunicación del PP, como de costumbre, resultó fácilmente mejorable o difícilmente empeorable) por parte de los distintos miembros del Gobierno, presidente incluido –dijo que Soria es un funcionario más que había participado en un concurso… sólo para ser desmentido poco después por los juristas-, no ha hecho sino hacer aflorar las tensiones en un partido tan dado a ver, oír y callar como el PP (en realidad, como cualquiera que se encuentre en el poder o cerca de él, y de eso podrían decir mucho los socialistas). Núñez Feijoo resumió la situación perfectamente: el nombramiento era arriesgado y difícil de entender.
Naturalmente, la renuncia de Soria (motu proprio o a petición del Gobierno, dependiendo de a quién se pregunte) no apagó las ansias de la oposición que, envalentonada, reclamó la comparecencia del ministro de Economía (teóricamente, el que propuso el nombramiento… teóricamente, a espaldas de Rajoy, como si alguien en España se fuera a creer que cualquier ministro de cualquier Gobierno actúa sin que su presidente esté enterado) en el Congreso… con lo que se metió en el ajo a la tercera autoridad del Estado, acorralada entre la pared de su papel institucional y la espada de su lealtad partidista.
Finalmente, De Guindos compareció en comisión. Daba igual lo que dijera, porque socialistas y neocom iban a reaccionar en un doble sentido, sí o sí: acusándole de mentir (no hay que permitir que la realidad nos estropee una buena soflama) y pidiendo su dimisión.
A este paso, el Gobierno se iba a ver reducido a sólo dos miembros, Rajoy y Soraya… mientras, cada seis meses, los españoles acudimos religiosamente (o laicamente, al gusto) a las urnas.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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