jueves, 15 de septiembre de 2016

Mal hecho, Rita

La democracia española es anómala en muchos aspectos. Entre ellos, en el ingente número de aforados que tiene. Ya entraré otro día en el sinsentido que representa esta figura, porque el tema de esta entrada es un caso concreto.
Si bien el aforamiento tiene una desventaja evidente –al ser juzgados por un tribunal en concreto, se reduce el número de instancias y, por tanto, la posibilidad de obtener una resolución favorable-, presenta la ventaja –que es la que percibe y critica la mayoría de la gente- de que los aforados serán juzgados por miembros de la judicatura que, en cierto modo, están donde están gracias a ellos.
Es por ello que los aforados se aferran con uñas y dientes al puesto, cargo o escaño que ocupan y que les concede ese privilegio del aforamiento. El caso más reciente es el de la anterior alcaldesa de Valencia, y actual senadora, Rita Barberá, que aunque ha abandonado el Partido Popular, no ha renunciado al escaño.
Es cierto que en el Senado, aún más que en el Congreso, el escaño pertenece a quien lo ocupa, puesto que la votación para elegir a los miembros de la Cámara Alta es nominal y no por listas; aunque no es menos cierta que aquellos que no están encuadrados del modo que sea en un partido –o, por decirlo de otro modo, aquellos que van por libre- lo tienen muy difícil, por no decir imposible, para obtener el número de votos necesario.
En cuanto a lo que ha dicho (que no dimite porque podría entenderse como una asunción de culpabilidad), tiene razón. Pero no es menos cierto que el hecho de no dimitir despide un tufo equivalente, sino mayor todavía, a que de algo es responsable. Porque, si es inocente, ¿qué tiene que temer? Es más posible que en un tribunal ordinario se encuentre con un juez verdaderamente independiente…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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