jueves, 5 de abril de 2018

Historia de la guerra del Peloponeso

Llegada cierta etapa en la vida, hay libros que uno lee por elección (la mayoría de los que leo son de este tipo), otros que lee por casualidad –bien porque conoce algún comentario sobre ellos, bien porque le caen en las manos- (los próximos que leeré son de este tipo) y, finalmente, hay algunos que lee porque tiene que leerlos. Bien por ser obras cimeras en su tipo (el Quijote o los Episodios Nacionales), bien porque han contribuido a conformar ese sistema de valores y pensamientos que se ha dado en llamar civilización occidental.
En este último grupo caerían la Biblia o, en un orden muy distinto de cosas, la obra a la que se refiere esta entrada. Con Tucídides y con esta obra, por lo visto, nace la historiografía tal y como la conocemos: una narración de los hechos objetiva, ateniéndose sólo a eso, los hechos, sin hacer intervenir factores externos (léase, divinos) a esos hechos, contrastando las fuentes y adoptando una postura imparcial.
Dicho todo esto, hay que reconocer que la obra de marras me ha parecido, lisa y llanamente, bastante tostón. Vale que las circunstancias personales en las que ataqué su lectura no eran las mejores del mundo (nada grave e irreparable), pero ni eso justificaría que haya tardado más de tres meses en leerme apenas setecientas páginas (torres más altas cayeron en mucho menos tiempo).
Sin embargo, he de reconocer que ha merecido la pena. Si, pasado el tiempo, logro recordar algo de todo lo que he leído –he de reconocer que mi capacidad para olvidar según qué cosas está alcanzando cotas que creí inasumibles para mí no hace tanto tiempo-, retendré una visión de conjunto bastante ajustada de cómo y por qué Atenas perdió, a finales del siglo V antes de Cristo, la hegemonía entre las polis griegas a favor de Esparta.
Lástima que la obra acabe antes de que termine la guerra…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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