viernes, 13 de abril de 2018

Sonó la flauta por casualidad


José Guardiola es un tipo soberbio, engreído, pagado de sí mismo y que no admite estar en un error (sí, lo sé, todos estos calificativos van, más o menos, en la misma dirección). Ya sea hablando de fútbol o de política, habla como si estuviera investido de la omnisciencia divina o de la infalibilidad papal cuando el sumo pontífice de la Iglesia católica habla ex cathedra.
Por ello, con cierta frecuencia suele incurrir en el error o la incorrección –no en el sentido de la grosería, que también, sino en el de no decir las cosas como son-, al menos a los oídos de los que no comulgamos con sus postulados, sean estos balompédicos o secesionistas. Sin embargo, como en el caso de la fábula, o de los políticos españoles de izquierdas, alguna que otra vez se despista y se produce esa conjunción planetaria, que diría Masturbito, entre el calvo melifluo y la verdad.
Resulta que un agente de jugadores calificó de perro al acusado de dopaje en su etapa italiana, y el aludido ha reaccionado diciendo que compararle con un can está mal, hay que respetar más a los perros. Y, mira por donde, estoy de acuerdo con él: los perros son seres nobles, afectuosos, sinceros, cariñosos, desinteresados, protectores, abnegados… vamos, todo lo que no es él.
Dios mío, yo de acuerdo con este sujeto. ¿Qué será lo próximo? ¿Alegrarme de los triunfos del Farça? Noooooooooooooo, por favor…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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