miércoles, 25 de abril de 2018

Prescindamos de lo prescindible

Los sindicatos españoles –especialmente los sedicentes más representativos- nunca han sido santo de mi devoción. Quizá tuvieran algún sentido –en el sentido, valga la redundancia, de que fueran útiles- en los últimos tiempos del franquismo y los primeros de la democracia. Pero ahora no.
Y no lo tienen porque han olvidado su función original, que era defender los intereses de los trabajadores en general y de sus afiliados en particular, y se han convertido, a partes iguales, en una ciénaga de corrupción y una herramienta que se utiliza con fines políticos. Es decir, como una especie de clones defectuosos de los partidos políticos.
Pero la gota que ha colmado el vaso de mi paciencia –es un decir, el dedal hace mucho que rebosaba- ha sido el hecho de que, unidos a Arturito Menos y a la Bruja Piruja, ambos sindicatos –y no las franquicias regionales, sino las matrices nacionales- han ido de la mano en una manifestación separatista.
Así que, como poco, son cómplices en la comisión del delito.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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