jueves, 14 de enero de 2021

La raíz del problema

Cuando en cualquier aspecto de la vida abrazas la radicalidad, la has cagado. No importa lo radical que seas, siempre habrá alguien que sea más radical que tú, y siempre habrá alguien a quien le parezca que no eres lo bastante radical. Y si ese alguien es, además, de los que manda… apaga y vámonos, porque estás acabado.

Eso le ha ocurrido a Lucía Echevarría, feminista de pro (signifique eso lo que signifique). Porque ahora, para ser feminista no puedes considerar que son mujeres las que tienen vulva, experimentan la regla (en general) y tienen hijos (si se quedan embarazadas y el embarazo llega a buen término). Ahora, para ser una feminista á la mode tienes que defender a quienes se consideran mujeres. Y no puedes decir nada en contra, porque no sólo estarás yendo contra lo (llamado) políticamente correcto, sino que estarás incurriendo en uno de los más terribles pecados (laicos, claro): el de la denominada transfobia.

Por criticar el último aborto legislativo del ninisterio de Lomismodáquedalomismo -engendro legal que no sé de qué va, pero que tiene que ver con el trema trans-, a la escritora le han concedido el llamado premio Ladrillo, que señala actitudes transfóbicas, lo que la posiciona entre las personas transexcuyentes (otro palabrito). A este acto acudió la calientacamas, titular del antedicho departamento ninisterial.

La escritora acusó a la antigua dependienta de incitar un acoso contra ella y, además, aplaudirlo. También acusó de misoginia, de nuevo siguiendo esa costumbre tan giliprogre de elevar a categoría un caso individual. Por mucho que le moleste, criticar a una mujer por algo distinto al hecho de ser mujer no es misoginia, es… criticar.

Así que a aguantarse tocan, Luciíta, por más que tengas una miaja de razón. En cuanto a Paz Vega, que osó mostrar su apoyo a la escritora, también le cayó la del pulpo. A quién se le ocurre, con lo desapercibida que estaba pasando.

¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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