En la última novela (de momento, que
ya sabemos cómo escribe este hombre) de Stephen King, el autor de Maine vuelve
sobre el protagonista de una de sus primeras obras, El resplandor. Esta novela me sugiere una serie de ideas que me
gustaría tener más talento para desarrollar.
En primer lugar, no me parece que sea
una de las grandes obras de King ni, como él dice, una vuelta al terror puro. La
intriga que plantea podría haber sido desarrollada por cualquier otro autor del
género, carece de su toque y ni mucho menos, por emplear las palabras del
autor, ha provocado que me cague en los pantalones. En cuanto a sensación de
angustia, para mí la obra cumbre de King sigue siendo Cujo. El recuerdo que tengo de ella es que resultaba verdaderamente
claustrofóbica.
En segundo lugar, me da la impresión
de que el trasfondo de alcohólico en rehabilitación que arrastra Dan Torrance
resulta, al menos en parte, relativamente autobiográfico, y que la insistencia
de su hijo Owen para que mostrara cómo Dan tocaba fondo también tenga ese
componente autobiográfico.
En tercer lugar, es de señalar, como
peculiaridades de esta obra, que King concede bastante espacio a las relaciones
y (llamémolas así) maquinaciones de los villanos de la obra, así como que el
número de las muertes entre los buenos
es desacostumbradamente reducido y se produce siempre por causas naturales.
En resumen: entretiene, pero no
emociona. En ese sentido 22/11/63, por ejemplo, me pareció superior.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!