Después de meses de lenta agonía (lo
cual resulta un tanto pleonásmico), el Jueves pasado murió Nelson Mandela. Como
ser humano que era, estaba muy lejos de ser perfecto. Si alguien de quien
Einstein dijo que a las generaciones futuras les costaría creer que alguienasí, de carne y hueso, anduvo entre nosotros, ha demostrado tener flaquezas y
debilidades (muy humanas por lo demás), ¿cómo no iba a tenerlas Nelson Mandela?
Junto a sus indudables logros en la
transición pacífica de Sudáfrica del régimen del apartheid al gobierno de la
mayoría negra, y al mérito que tiene haber pasado de defender los atentados terroristas a adoptar posturas más conciliadoras (y democráticas) no conviene olvidar los puntos más oscuros (por no decir negros,
que sería un chiste fácil) de su biografía: de su pasado terrorista al hecho de
que sus allegados se enriquecieran mediante la corrupción, pasando por que fue
incapaz de consolidar un régimen medianamente decente en lo que se refiere a
sus sucesores, que han ido de mal en peor. En cierto sentido me recuerda a Lech
Walesa: un perfecto líder para derribar un régimen, pero no tanto para dirigir
otro.
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