Los forofos del Barcelona, como todos
los fanáticos de algo, no sólo están convencidos de estar en posesión de la
verdad, sino que además no conciben que alguien no pueda ver como evidente lo
que ellos consideran irrefutable.
Así sucedió hace tiempo, en la época gloriosa
del hipócrita y melifluo Guardiola, cuando todos los lameculés afirmaban que fútbol, pero fútbol de verdad, sólo era lo
que practicaba el Farça; aquello a lo
que jugaban los demás, aunque pudiera producir resultados, y hasta récords de
puntos y de goles, era otra cosa. O como
la temporada pasada, cuando después de que el Bayern de Munich les endilgara
siete goles, el charnego Hernández se quedó tan ancho diciendo que no les
habían pasado por encima.
Hace diez días, un periodista (culé,
probablemente), en una rueda de prensa del Torneo Conde de Godó, le preguntó a
Rafael Nadal si podía explicar por qué, con su fair play, era madridista (y
no barcelonista, como es el deber de todos los naturales de los Países
Catalanes, le faltó añadir).
Nadal pudo haber contestado con el
título de esta entrada. En cambio, haciendo gala de esa elegancia que no le
abandona, pierda o gane, respondió educadamente que cada cual es de aquel
equipo que prefiere.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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