Existen
tres mitos de los cuales tengo más de media docena de versiones diferentes… de
cada uno: la guerra de Troya, el Rey Arturo y Robin Hood. De los tres, este
hilo tiene que ver con el primero (y más antiguo, también) de ellos.
Que
yo recuerde, mi primer contacto con los mitos homéricos fue doble. Por una
parte, una versión de bolsillo de La
Iliada (de bolsillo grande, quizá, pero de bolsillo) que era de mi madre,
con láminas de las que recuerdo sobre todo dos: Tetis surgiendo de las aguas
ante su hijo Aquiles, y Tersites (creo) huyendo de Odiseo. La otra, un tebeo
(aunque de tapa dura) titulado Antes que
Troya cayera, que narraba las aventuras de un troyano en Egipto antes, como
indica el título, de que su ciudad fuera arrasada por las tropas griegas.
De
la guerra de Troya he leído versiones para todos los gustos: la de Homero
(claro), pero también la historia contada desde el punto de vista de Odiseo (la
de Manfredi, sin ir más lejos), o desde una multiplicidad de puntos de vista, o
de un periodista en la guerra de Troya, o incluso de mercaderes que no
estuvieron en ese conflicto. Sin embargo, me faltaba un punto de vista: el del malo de la historia, esto es, Agamenón,
rey de Micenas.
Porque,
no nos engañemos, hay dos personajes que caen
mal en la guerra de Troya, uno por cada bando: Paris y Agamenón. Todos los
demás tienen un pase: Odiseo es un cabrón del que no te puedes fiar, pero es un
cabrón simpático; Menelao es un cornudo enamorado; Aquiles es una bestia parda,
pero lo impulsa su destino; Héctor es el héroe perfecto, leal a su familia y a
su patria; Helena, la pobre, está enamorada; hasta Príamo es un padre que
quiere a sus hijos, incluido el descerebrado que ha causado todo este lío.
Paris y Agamenón, en cambio, no tienen un pase: el primero, por no pensar más
que con la bragueta; el segundo, por su total falta de escrúpulos.
Pues
bien, en esta novela –vaya preámbulo que he soltado antes de entrar en materia-
Agamenón narra en primera persona su vida hasta que asciende al trono de
Micenas (como he leído hace poco, el lobo
siempre será el malo mientras el cuento lo cuente Caperucita, lo que quiere
decir que el narrador ofrece una justificación para todos sus actos, que podría
resumirse en la maquiavélica razón de
Estado). Shipway pasa de dioses y semidioses, reduciéndolo todo a meros
mortales a los que el transcurso del tiempo, eso sí, ha hecho que sean adorados
como dioses, pero sin serlo, porque tienen tumbas. Igualmente, las distintas
versiones de los mitos clásicos (que si Fulano es hijo de Mengano o de Zutano)
son atribuidas por el autor a invenciones de los poetas para embellecer los
hechos.
Para
resumir: no es la mejor de las versiones que he leído de la historia (de los
prolegómenos de la misma, podría decir para ajustarme más a la verdad), pero
tampoco la peor. Y el punto de vista es original.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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