Hace
no tanto tiempo, cuando los antisistema
no eran todavía parte del sistema (o tempora, o mores), pusieron de moda lo que
dieron en llamar escraches y que no
eran sino acoso puro y duro a las figuras públicas, políticos generalmente, que
no eran de su agrado. A ellos y a sus familias. Viniendo de la Argentina
peronista, manotesca y patotera, no podía ser de otro modo esa democracia a la violeta (o a la morada).
Para
ellos, entonces, se trataba de un mecanismo
ordinario de participación democrática, fruto de la pluralidad democrática que caracteriza y distingue a un Estado de
Derecho, garante de la libertad de expresión de pensamientos, ideas y doctrinas,
y un mecanismo ordinario de participación
democrática de la sociedad civil y la expresión del pluralismo, aunque las
palabras y consignas empleadas puedan
ofender o perturbar, dado que los derechos del increpado ceden ante los
derechos colectivos por su carácter de persona de relevancia pública dedicada a
la gestión política. Era, en resumen, un vigoroso ejercicio de rebeldía cívica.
Ahora,
sin embargo, las cosas han cambiado. Ahora, son ellos los que son parte del
sistema. Ahora, son ellos los que sufren palabras o consignas –obeso, barbudo, dictador, hijo de puta, perroflauta y rojo de mierda-, proferidas, estoy seguro, con ánimo puramente descriptivo.
Ahora, cuando los manifestantes desmienten la agresión al concejal neocom, éste califica lo sucedido de ataque político y tilda de fascistas a quienes zarandearon y
patearon su coche, mientras que el consistorio estudia denunciarlos por delitos
que incitan al odio.
¿Qué
ha cambiado de entonces a ahora? Ni más ni menos que una cosa es predicar y
otra, muy distinta, dar trigo. Una cosa es estar abajo y otra muy distinta
estar arriba. O, en resumen, que una cosa es acosar a alguien y otra muy
distinta, para ti, es ser tú el acosado.
Arrieritos
somos, y en el camino nos hemos encontrado, Barbero. Haber puesto tus barbas a
remojar.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario