Los
políticos en general –más si son de izquierdas- tienden a intentar modelar la
sociedad conforme a sus puntos de vista. Esto puede conducir, en ocasiones, a
situaciones delirantes.
Tomemos
el ejemplo de los actuales regidores del consistorio madrileño. La que está a
la cabeza es una antigua juez de ideología comunista que no hace tanto tiempo
defendía la postura de que nueve de cada diez reclusos deberían ser puestos en
libertad. La tropa que se encuentra tras ella –sólo en las listas electorales,
porque en todo lo demás van muy por delante de doña Rojelia- es, como suele decirse, de lo mejorcito de cada casa.
De cada casa ajena, porque proviene de ese movimiento profundamente jeta
conocido como ocupas, esos que se
consideran con derecho a entrar por las buenas (o por las malas) en un inmueble
que no les pertenece y, haciendo de su capa un sayo, instalarse allí para hacer
lo que tengan por conveniente (que, en general, resulta ser de lo más
inconveniente para propietarios y vecinos).
Llegados
al poder (o aupados al mismo gracias al grupo suciolisto, encabezado por alquien que, al igual que ocurre con los
cromosomas masculinos y femeninos, se diferencia de la alcaldesa sólo por una
letra), no han tenido empacho en pretender imponer sus criterios. Así, han
instado a los vecinos a recibir a los ocupas como a un vecino más, dejando de
lado los prejuicios y no llamando a la policía (total, está bajo el mando de
los filocupas, así que…); al mismo
tiempo, dan la posibilidad a ese tipo de movimientos de participar en la utilización de los espacios municipales.
Estos
mastuerzos no se dan cuenta que, de hacerlo así, esos movimientos perderán su
esencia, como las parejas de hecho que se registran (y pasan a ser de Derecho)
o los antisistema que participan en el sistema
(y se convierten en casta de la peor
especie): si a un ocupa le alfombras
la entrada, ya no ocupa nada…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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