El
festival de Eurovisión es un concurso de canciones. Nada menos, pero nada más. Lo
lógico, si se pretende ganar, es enviar una canción, no ya de calidad, sino con
posibilidades de llegar a cuanto más público mejor.
Probablemente,
pocos artistas con más arte hayan concursado en Eurovisión que Remedios Amaya. Pero
enviar a una cantante de flamenco al certamen fue, en términos puramente festivaleros,
suicida: no recibió ni un solo punto. Que la chica (chica entonces) valía se ha
visto después, cuando se ha convertido en toda una figura del cante flamenco. Pero
si quieres ganar, y no simplemente hacer un postureo folcórico, haberla enviado
al Festival de las Minas.
Ha surgido
la polémica con la canción seleccionada este año por España. Su letra, por lo
que parece, está fundamentalmente en inglés. La RAE, más papista que el Papa,
ha hablado de complejo de inferioridad y de papanatismo. Y no es eso: es,
pura y simplemente, sentido práctico. Si se quiere ir a Eurovisión a hacer algo
más que lo que hacemos en los Oscar (esto es, si pretendemos optar, no digo ya
a ganar, sino a estar en la mitad de arriba de la tabla, en lugar de ver a
cuántos puestos nos quedamos del último) habrá que enviar algo que les guste a
los demás, no algo que nos guste (necesariamente) a nosotros.
Es
como cuando se hace un regalo: le tiene que gustar al obsequiado, no al que
obsequia. Vamos, digo yo.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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