En
esta tercera novela de la serie, como en las dos anteriores, podríamos decir
que se combinan tres enfoques o aspectos: científico, aventurero y filosófico.
En
el primero, Clarke salpimenta adecuadamente la narración con detalles
científicos. Podríamos decir que, partiendo de la realidad actual, extrapola de
un modo verosímil los avances que puedan producirse, sin tener que recurrir a
viajes hiperespaciales, factores de curvatura ni expedientes semejantes. Podríamos
decir, por tanto, que en el ámbito puramente científico sobrepasa a Asimov.
En
el segundo aspecto, el inglés se pone al nivel del ruso-americano. Combina
aventura, suspense, humor y sorpresas (lo que viene siendo una marca de fábrica
de esta saga) en sus justas proporciones, y aguanta el tipo frente a, por
ejemplo, los relatos de la saga de la Fundación.
En
el tercer aspecto sería, donde a mi ver, cojea la historia. Está claro que
Clarke busca plantear una especie de debate filosófico; pero, o bien yo no sé
percibirlo adecuadamente, o bien se queda en un quiero y no puedo, un amagar y
no dar. Queda, por poner un ejemplo, muy lejos de la obra de Lem (Solaris es probablemente el libro de
ciencia ficción más filosófico que me haya echado a la cara).
Pero,
en definitiva, es un libro bastante entretenido de leer... a pesar de que el hecho de, como señaló Clarke, las obras no constituyan propiamente una saga, sino más bien variaciones sobre el mismo tema, produzca paradojas como que al final de 2.010 Lucifer siga encendido en el año 20.001... mientras que al final de esta novela se apaga en 3.001, ciento setenta siglos antes.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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