Un
político es un demagogo por naturaleza. Si es de izquierdas, no hablemos. Y si,
encima, es español, la cosa alcanza cimas paroxísticas.
Un
buen ejemplo lo tenemos en la inefable (porque no hay palabras para
describirla, aunque a mí me de materia para hacerlo con bastante frecuencia)
alcaldesa de Madrid, que basó su campaña electoral, entre otras cosas, en el
gran número de niños desnutridos que había en la Villa y Corte, y que luego
resultaron no ser tantos ni tan desnutridos.
Otra
piedra de toque de su demagogia –piedra común a las candidaturas neocom, algunas de cuyas cabezas de
lista habían hecho de ella una especie de modus
vivendi… y no estoy pensando en ninguna nigromante- era la lucha contra los
desahucios, por aquello de las hipotecas impagadas.
Pues
bien, la susodicha alcaldesa se ha visto obligada a transformar su oficina de
desahucios por el pequeño número de casos. La realidad, que es terca y no
acostumbra a plegarse a los deseos de los meros mortales, por rimbombantes que
suenen.
En el
caso de Carmena la cosa tiene delito, porque cuando fue decana de los jueces de
Madrid los desahucios no sólo no disminuyeron, sino que aumentaron enormemente.
Dime de qué te blasonas…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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