Por
esa tendencia natural del ser humano a clasificar, de primeras, todo en
términos maniqueos, los dos regionalismos más molestos en el último siglo
dentro de la piel de toro se han considerado uno malo y violento y otro menos
malo y no violento. Quien esto hace olvida que el regionalismo catalán ha sido,
históricamente, tan criminal como el vasco, y que si en el último medio siglo
ha ejercitado menos la violencia llamémosle violenta
(que se lo digan, en cualquier caso, a Federico Jiménez Losantos) ha sido
porque merced al chantaje político y la venta de influencias ha obtenido más
que los del hacha y la serpiente. La consideración antedicha de nacionalismo bueno, sin ir más lejos.
Sin embargo,
no existe tal cosa. El nacionalismo, sea del nivel territorial que sea
(estatal, supraestatal o infraestatal), es malo, porque establece la exclusión
de todo aquello que no caiga dentro de sus márgenes. Y si los vascos
practicaban la exclusión por el expeditivo sistema de enviar al otro barrio a
los excluidos (o intentarlo, al menos), los catalanes practicaban una no menos
insidiosa forma de exclusión, que comenzó por la llamada inmersión lingüística y que ha acabado en lo que bien podríamos considerar
ahogamiento total.
Pero
casi medio siglo de lavado de cerebro ha dado sus frutos, y la llegada de los
antisistema a los puestos de poder en la comunidad autónoma catalana (a nivel
regional, provincial o local) han dado también alas a los movimientos en los
que se apoyaron para escalar. Eso, y la práctica de la progresía de contemporizar con los matones en lugar de enfrentarse
a ellos, es lo que hace que cuando unos delinquidores son expulsados de una
oficina bancaria que habían ocupado –y cuyo alquiler venía siendo pagado por el
anterior consistorio de la Ciudad Condal, que ya tiene dídimos la cosa-,
envalentonados, se enfrenten a la policía autonómica a plena luz del día y
juren que volverán al inmueble del que fueron desalojados.
Sí,
ya sé que los dos primeros párrafos no tienen mucho que ver con el verdadero tema
del hilo; pero para cuando me di cuenta, me habían quedado tan bonitos que me
dio no sé qué borrarlos.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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